Greta Thunberg. Patricia Espinosa. Jane Goodall. Christiana Figueres. En sus palabras, en sus actos, en los movimientos que encargan y en las millones de personas que han despertado a la realidad a la que nos expone la crisis climática es que el ambientalismo ha encontrado a sus símbolos más fuertes.  

Esta emergencia global lleva sus rostros y, en ellos, la representación de todas las mujeres que aún padecen el silenciamiento de sus voces, aquellas que hoy sufren los embates de un clima cambiante en primera persona, con impactos que las despojan no solo de sus hogares y medios de vida, sino que agudizan las inequidades de derechos, responsabilidades y oportunidades que históricamente las han distanciado de los hombres.

Porque es claro: la crisis climática es también una cuestión de género. La inestabilidad a la que hemos llevado al planeta no hace sino magnificar las desigualdades que siempre existieron en nuestras sociedades (ya que afecta primero y más dramáticamente a las poblaciones más vulnerables), entre ellas, las brechas entre hombres y mujeres.

Son ellas las que deben caminar durante horas en busca de agua potable para sus familias en momentos en que la escasez de este recurso se vuelve acuciante; son ellas las que, en la mayoría de los casos, deben permanecer en sus hogares tras fuertes inundaciones y verse expuestas a ambientes tóxicos durante horas cada día; son ellas las que, en contextos en los que las inequidades entre géneros son más profundas, carecen de los recursos para pedir ayuda ante o luego de eventos climáticos extremos. Es más, de acuerdo a ONU Mujeres, cuando ocurre un desastre, son ellas las que tienen más probabilidades de morir, como demostró el tsunami asiático de 2004, en el que más de 70% de las víctimas fatales fueron mujeres.

Conversamente, las mujeres son también agentes de cambio y desempeñan un rol fundamental —a menudo no reconocido— tanto en las acciones de mitigación y adaptación a la crisis climática, como en la gestión de los recursos naturales. “Cuando tienen a su cargo la adopción de decisiones, han ofrecido soluciones innovadoras para responder a los efectos del cambio climático y para lograr un desarrollo más sostenible en general”, subraya ONU Mujeres.

Pese a esta realidad y a las voces que han elevado la causa, la cuestión de género no está verdaderamente inserta en las negociaciones climáticas internacionales, con sede en la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC).

Repasar la composición de las delegaciones de los países en este ámbito ilustra el estado de la situación: en la Cumbre del Clima de 2018 (COP24), en Katowice (Polonia), solo 38% de estos puestos eran ocupados por mujeres; un año después, en la COP25 de Madrid (España), el número casi no se había modificado (40%).

No es extraño, entonces, que hubiese que esperar 20 años para ver al tópico oficialmente introducido en este marco, con el Programa de Trabajo de Lima sobre Género, y que las negociaciones durante la COP25 hayan sido tan difíciles que la agenda estuviese a poco de no avanzar.

Afortunadamente, sí lo hizo. Y el resultado fue la adopción del Plan de Acción de Género (cuyas siglas en inglés causalmente son GAP, “brecha” en su traducción al español), una —por falta de un mejor término— hoja de ruta que busca garantizar la inserción de la equidad de género en forma transversal en las políticas climáticas nacionales e internacionales, y fomentar la participación “plena, genuina e igualitaria” de las mujeres en la toma de decisiones.

“Al adoptar medidas para hacerle frente (al cambio climático), las Partes (de la CMNUCC) deberían respetar, promover y tener en cuenta sus respectivas obligaciones relativas a los derechos humanos, el derecho a la salud, los derechos de los pueblos indígenas, las comunidades locales, los migrantes, los niños, las personas con discapacidad y las personas en situaciones vulnerables y el derecho al desarrollo, así como la igualdad de género, el empoderamiento de la mujer y la equidad intergeneracional”, enuncia el documento.

Sin embargo, no hay más que esto por el momento. Palabras en un texto cuya aplicación parece lejana. Los planes de acción climática presentados por los países ante el Acuerdo de París (adoptado a fines de 2015 en la COP21) no incorporan una perspectiva de género. Y no hay señales de que este año, en el que estos planes deberían ser revisados y mejorados para elevar la ambición climática a nivel internacional, se avance significativamente en la materia.

En el ínterin, las mujeres seguimos luchando por alcanzar una equidad frente a los hombres que nos reconozca con paridad de derechos y oportunidades, y que nos resguarde frente a nuestra mayor vulnerabilidad frente a embates climáticos que solo serán más y más extremos con el paso del tiempo. Este 8 de marzo, no queremos felicitaciones ni flores ni buenos augurios, sino que los hombres sean aliados en esta lucha para, juntos, construir una sociedad más justa.


Fotos: Nina Cordero